Astronomía infantil
Pablito y su telescopio
Hace ya mucho, mucho, mucho tiempo, un niño llamado Pepito se sentaba en el rebate de su puerta, en un barrio extramuros de Sevilla, y armado con un objetivo de una maquinita de cine, de aquellas de películas de papel parafinado donde los dibujos hacían solo dos movimientos, apuntaba a la reluciente luna llena de Agosto, y en su mente infantil forjaba las mil y una aventuras que había leído en Diego Valor o en el Viaje a la Luna de Don Julio Verne. Y era tal su ilusión, que incluso le parecía ver que la Luna, inmenso queso gruyere, estaba llena de habitantes minúsculos, que veía a través de la lente. Lo que no era otra cosa que los fosfenos creados por sus propios ojos, cansados de mirar y ser frotados una y otras vez en un afán de aclarar la visión.
Eran unos tiempos felices, la niñez siempre lo es a pesar de todo, y Pepito empezó a compartir sus ansias de saber más con otros amigos tan soñadores como él, como Juan Bergillos o José Mª Lopez Díaz, amigos y compañeros de colegio. Con ellos vio y oyó el primer Spuknit, los primeros aviones a reacción, el salto del hombre en la Luna. . . Hicieron aviones a base de cañitas de toba, y cuando cayo en su manos un libro sobre cohetería, fabricaron un pequeño cohete que a partir de una lata de tomate, y unos alerones de contrachapado, se elevo a la "considerable altura" de 15 o 20 metros, y cayó pendiente de un paracaídas de plástico fabricado ex profeso para el evento, con una bolsa de ese material, tan difícil de encontrar en aquel tiempo y que hoy son la pesadilla de los recicladores.
Pero esto no era lo mas importante, no. Lo mas importante es que Pepito empezaba a comprender el valor intrínseco de la amistad, empezaba a valorar el trabajo de equipo, la unión que hace la fuerza. Y así cada día mas interesado por la Ciencia, pero sobre todo por la sabiduría en general, fue leyendo y leyendo, cambiando libros, compartiendo tebeos, buscando explicaciones, analizando proyectos. . . Hasta que el tiempo, inexorable testigo del espacio, los sacó, a él y sus amigos de aquella niñez dorada, en la que guiados por sus profesores del colegio y la educación de sus padres, aprendieron a estar unidos.
Hoy, en la distancia del tiempo aun recuerdo la cara de satisfacción de Juan y José María, cuando la chamuscada lata de tomate aterrizaba gloriosamente pendiendo del frágil paracaídas de plástico casero.
Cuando vi a Pablito por primera vez, en mi mente el disco duro de la memoria comenzó a dar vueltas. Su padre, estaba colimando su telescopio para una sesión de astronomía, y el niño atentamente seguía todos sus movimientos. En su carita se observaba el ansia de aprender. Y quedé gratamente sorprendido cuando su padre lo subió a una silla y dándole explicaciones concretas, como si de un mayor se tratase, le enseñaba las maravillas del cielo estrellado a través del ocular del telescopio.
De pronto, levantó la cabeza y me miró, y en su cara había la misma satisfacción que en las de Juan o José María, cuando "mirábamos" la Luna con la lente de aquel antiguo cine de juguete, hace ya mucho, mucho, mucho tiempo.
Eran unos tiempos felices, la niñez siempre lo es a pesar de todo, y Pepito empezó a compartir sus ansias de saber más con otros amigos tan soñadores como él, como Juan Bergillos o José Mª Lopez Díaz, amigos y compañeros de colegio. Con ellos vio y oyó el primer Spuknit, los primeros aviones a reacción, el salto del hombre en la Luna. . . Hicieron aviones a base de cañitas de toba, y cuando cayo en su manos un libro sobre cohetería, fabricaron un pequeño cohete que a partir de una lata de tomate, y unos alerones de contrachapado, se elevo a la "considerable altura" de 15 o 20 metros, y cayó pendiente de un paracaídas de plástico fabricado ex profeso para el evento, con una bolsa de ese material, tan difícil de encontrar en aquel tiempo y que hoy son la pesadilla de los recicladores.
Pero esto no era lo mas importante, no. Lo mas importante es que Pepito empezaba a comprender el valor intrínseco de la amistad, empezaba a valorar el trabajo de equipo, la unión que hace la fuerza. Y así cada día mas interesado por la Ciencia, pero sobre todo por la sabiduría en general, fue leyendo y leyendo, cambiando libros, compartiendo tebeos, buscando explicaciones, analizando proyectos. . . Hasta que el tiempo, inexorable testigo del espacio, los sacó, a él y sus amigos de aquella niñez dorada, en la que guiados por sus profesores del colegio y la educación de sus padres, aprendieron a estar unidos.
Hoy, en la distancia del tiempo aun recuerdo la cara de satisfacción de Juan y José María, cuando la chamuscada lata de tomate aterrizaba gloriosamente pendiendo del frágil paracaídas de plástico casero.
Cuando vi a Pablito por primera vez, en mi mente el disco duro de la memoria comenzó a dar vueltas. Su padre, estaba colimando su telescopio para una sesión de astronomía, y el niño atentamente seguía todos sus movimientos. En su carita se observaba el ansia de aprender. Y quedé gratamente sorprendido cuando su padre lo subió a una silla y dándole explicaciones concretas, como si de un mayor se tratase, le enseñaba las maravillas del cielo estrellado a través del ocular del telescopio.
De pronto, levantó la cabeza y me miró, y en su cara había la misma satisfacción que en las de Juan o José María, cuando "mirábamos" la Luna con la lente de aquel antiguo cine de juguete, hace ya mucho, mucho, mucho tiempo.
3 Comments:
Bellos recuerdos, Pepe. Y lo mejor es descubrir que se perpetuarán, de un modo u otro, aunque cada vez sea más difícil encontrar estos tesoros.
Cuando mi hijo mayor de tres años me dijo :"Aita(Papá en euskera),¿Qué ves?", sentí algo que creo era parecido a lo que tu recuerdas de tu infancia. Cuando le contesté que si quería mirar, se le iluminó la cara; tanto que debió dejarme deslumbrado porque durante unos momentos se me nubló la vista...
Tengo un nano de 3 años y desde que tenia 15 meses se sabia los 9 planetas (para el plutón sigue siendo planeta, jeje) y cuando mira la luna por el telescopio, le veo su sonrisa, admiración y su exclamación de !!fantastico! yo me quedo durante unos segundos atontado. Mi mayor ilusión es que le guste la Astronomía y pueda continuar mi labor de observación.
Luis
http://gasendi.blogspot.com/
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